viernes, 29 de diciembre de 2017

NO ERAN COSAS DE MEIGAS

"Fuimos los últimos en Europa en ejecutar a una mujer por brujería. Es una mancha en nuestra historia. Debemos hacer algo para borrar esa mancha." Walter Hauser

Museo dedicado a Anna Goeldi y su asesinato
(imagen www.yoreme.wordpress.com)
En 1782 se ejecutó a la última bruja en Europa. En pleno Siglo de las Luces, Anna Goeldi fue ajusticiada por bruja en Suiza. Sin embargo, la brujería sería la excusa que se emplearía para asesinar a esta mujer. La verdadera razón hay que buscarla en el miedo de un hombre llamado Jakob Tschudi a ser acusado del delito de adulterio por Anna Goeldi, tras despedirla como criada en su casa. Ante el miedo a la denuncia, Jakob Tschuli se adelantó acusando a Anna Goeldi de brujería. La inocente mujer tras ser torturada en múltiples ocasiones por las autoridades civiles y eclesiásticas, sería ejecutada bajo la acusación de brujería. ¿Cuántas veces antes se había empleado la excusa de la brujería para ejecutar a una mujer? Anna Goeldi no puede ser clasificada como bruja en el sentido histórico y de género de la palabra. No era una sanadora o una partera, por ejemplo. Sin embargo, el miedo de una sociedad a una palabra como brujería le hizo perder la vida.

Por desgracia, en general, las brujas eran mujeres de extracción social baja y no han dejado testimonios escritos de su propia historia. Su historia nos ha llegado a través de los relatos de una clase social alta e instruida, que curiosamente fue su máxima perseguidora. Eso solo asegura un relato tergiversado e interesado de los hechos.

El término bruja ha tenido y tiene una fuerte carga peyorativa en la sociedad. Sin embargo, basta con leer un poco sobre la historia de estas mujeres para darse cuenta de dos cosas: por un lado, participaron en el desarrollo de la ciencia de forma decisiva y por otro, desarrollaron una labor social muy importante en los lugares donde vivieron. Ayudaron, y fueron fundamentales, para el desarrollo de la Farmacología, la Medicina o la Química. Entonces, ¿por qué fueron perseguidas hasta la muerte y han quedado desdibujadas bajo la compañía de calderos, escobas y gatos negros? ¿Qué podía tener un conjunto de mujeres para generar esa respuesta irracional por parte de una sociedad? ¿Por qué la brujería parece ser una actividad prácticamente femenina?

A lo largo de las siguientes líneas, me referiré a las brujas como mujeres sabias, intentando poner en valor los conocimientos que desarrollaron y transmitieron y el papel que jugaron en nuestras sociedades.

En primer lugar, hay que indicar que las mujeres sabias eran, ante todo, mujeres emancipadas. Unas estaban casadas, otras no. Unas tuvieron descendencia, otras no. Asumieron un control de sus vidas que no encajaban en el papel asignado para las mujeres en las sociedades en las que les tocó vivir: hija de, esposa de, madre de. Fueron mujeres que vivieron de su propio trabajo en forma de comadronas, médicas o farmacólogas, por ejemplo. Se formaron a partir de la sabiduría popular transmitida de forma oral durante siglos y transmitieron todos sus conocimientos sobre plantas medicinales, técnicas de parto o cuidados de enfermos a otras mujeres. Además, no solo se dedicaron a emplear el conocimiento que les transmitieron. Mejoraron esos conocimientos que se tenían y los ampliaron en otras direcciones. Tal vez, uno de los conocimientos más peligrosos para esa sociedad fuertemente patriarcal que les tocó vivir era el relacionado con el control de la natalidad y métodos abortivos. Ese conocimiento implicaba una libertad sexual para las mujeres que no era bien vista por parte del género masculino. En una sociedad fuertemente patriarcal este grupo de mujeres eran un auténtico peligro para el statu quo. Eran independientes y esa era una amenaza que poco a poco fue tomando cuerpo en una parte de la sociedad, fundamentalmente masculina y de clase social alta. ¿Cómo permitir que una mujer, que debía tener un marido y depender de él, se mantuviera soltera y fuera independiente económicamente? Tal vez ese miedo a una mujer soltera y emancipada hiciese que a las mujeres sabias se las casase con el diablo, una figura masculina al fin y al cabo. No deja de ser irónico que parezca que hasta para hacer el supuesto mal, una mujer necesitaba la presencia y guía de un hombre.

La persecución de estas mujeres sabias debe enmarcarse dentro de una de las múltiples caras que presentó y presenta la guerra de sexos. Las mujeres sabias vivieron en la sociedad de una forma más o menos tranquila hasta el siglo XII. En ese momento se produce el desarrollo de las Universidades en Europa. En estas instituciones educativas las mujeres tenían prohibido el acceso y en su lucha por tener el control en el conocimiento y su aplicación, los hombres empiezan a querer controlar y eliminar la labor desarrollada por estas mujeres durante siglos, fundamentalmente en el campo de la sanidad. Es en este momento cuando empieza la persecución sistemática de su actividad. Es una auténtica guerra sin cuartel y desigual. Hay que tener en cuenta que, en general, estas mujeres sabias se enmarcan dentro de las clases sociales más bajas y rurales. Frente a ellas, se sitúan hombres de las clases sociales más altas y urbanas. La caza organizada contra las mujeres sabias se desarrolló mediante procedimientos bien regulados y respaldados por la ley. Tanto la iglesia como el estado organizaron, financiaron y ejecutaron estas acciones. Por ejemplo, los inquisidores, tanto católicos como protestantes, tenían siempre a mano el libro Malleus Maleficarum, (Martillo de Brujas) escrito en 1484 por los reverendos Kramer y Sprenger. Durante los tres siglos siguientes, todos los jueces e inquisidores, tuvieron este aberrante libro al alcance de la mano.

El libro de la persecución de las mujeres sabias
(Imagen www.hdnh.es)
En una sociedad caracterizada en general por la incultura e intensamente marcada por la religión y la superstición, la presentación de las mujeres sabias como adoradoras del diablo consiguió el efecto deseado. Aquellas mujeres que habían ayudado a sus vecinos durante años pasaron a ser perseguidas, juzgadas y condenadas a muerte por esas mismas personas. El miedo les hizo olvidar que esas mujeres les habían asistido en partos, les habían curado enfermedades o les habían facilitado múltiples remedios naturales para pequeñas dolencias. Todos aquellos analgésicos, digestivos y tranquilizantes que tanto habían ayudado a las clases sociales más bajas durante años pasaron a ser pócimas del diablo. Los preparados de cornezuelo contra los dolores del parto o los de belladona para inhibir las contracciones uterinas ante la posibilidad de un aborto espontáneo dejaron de ayudar a las mujeres de las clases sociales más desfavorecidas en sus partos y embarazos.

Prohibido su acceso a la formación en las Universidades y perseguida la tradición de la enseñanza entre las mujeres sabias, la formación científica de las mujeres se encontrará durante siglos completamente neutralizada. La labor de estas mujeres sanadoras no desapareció pero su persecución hizo que su trabajo se llenase de oscuridad y leyenda que solo trajo calderos, escobas y gatos negros.

Parte de su labor ha llegado hasta nosotros en forma de eso que llamamos remedios caseros y medicina natural. Pero también cabe pensar en cuánto de ese conocimiento adquirido se perdió por el camino y ya no podrá ser recuperado.

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